El renacer



El renacer



Hacía varios meses ya que Javier se había separado de Marta, pero aún no había sido capaz de asumirlo. Era una relación gastada, consumida, evaporada… Los dos lo sabían y los dos estuvieron de acuerdo en acabar con ella. Pero, aun así, en la vida le faltaba algo.

En esto estaba, bastante perdido en la vida, cuando llegó el encargo del trabajo. “Hay que montar una feria en Nueva Delhi y te tienes que ir dos semanas”. No había muchas ganas, la verdad, pero había que hacerlo. Cogió el avión con cierta pereza, pero también con la ilusión de airearse un poco en el tiempo libre que le dejara el trabajo.

Nueva Delhi le recibió con la neblina característica de la contaminación, las calles abarrotadas de coches y ricksaws, el insistente ruido de las bocinas retumbando en los oídos y la insistencia de los vendedores ambulantes. Llegó al hotel y se reunió con otros expositores. Gente nueva a la que no conocía de nada, pero con la que tendría que trabajar muy duro en los días siguientes. Le sentaron frente a Irene, una mujer que no le llamó la atención a primera vista, pero que acabó revelándose como una gran conversadora, ingeniosa, inteligente y llena de vida.

Pasaron dos días de trabajo y Javier se dio cuenta de que se había enamorado de Irene. Era perfecto. La quería y se sentía querido. Buscaba el menor contacto físico sin ser rechazado, se ilusionaba cada vez que ella recordaba algún detalle de sus conversaciones anteriores o cuando la situación llevaba a algo que asemejaba el tonteo.

Javier pasó un par de días obsesionado por cómo iniciar una relación con Irene, pero nunca encontró su oportunidad. Tampoco conocía tanto de ella como quisiera. Sólo las anécdotas y las historias que les daba tiempo de contarse. Un día especialmente duro de trabajo, después de una ducha, la vio en el pasillo, recibió su sonrisa y decidió que no necesitaba más que aquello y que no lo arruinaría por nada.

Y entonces todo fue felicidad. Dos personas que, sin decirse nada, se buscaban, se miraban, se sonreían. Fue entonces cuando Javier sintió otra vez la ilusión de ir buscando una mirada y la tremenda felicidad de encontrarla o de intercambiar con alguien una sonrisa que sólo los dos sabían que estaba única y exclusivamente dedicada al otro.

Eso fue todo. Más que todo, el todo. El todo que necesitaba Javier para volver a amar y sentirse vivo. El todo que le hizo desear empezar otra vez de cero. Una vez llegado a Barajas, de Irene nunca supo mucho más. Apenas un par de mensajes que se fueron diluyendo con el tiempo. Posiblemente estuviera casada. Ni ella lo comentó nunca, ni él quiso preguntárselo. No necesitaba más. Le había dado todo lo que necesitaba.

(Anónimo)