Tienes seis paradas para conquistarla



Tienes seis paradas para conquistarla



Sí, lo sé, aún no me creo ni yo lo que me pasó ayer, pero es cierto que pasó. No salió bien, pero me la jugué. Vi la oportunidad. De esas que salen pocas veces en la vida. Y me decidí a aprovecharla. Nunca lo había hecho antes. Yo era de los que miraban con asco cuando alguien se ponía pesado con una tia en el metro o en el autobús, pero esta vez me tocó a mí y no me siento mal por ello. Sucedió así.

Había estado con unos amigos en un barrio nuevo. Habían quedado por allí con alguien que no apareció y nos quedamos por el barrio tomando unas cervezas. Pocas, en mi caso una antes de que el muermo del sitio y los pocos ánimos me hicieran volverme a casa sin esperar a nadie.
Me perdí de camino a la parada del autobús nocturno y, ni yo sé cómo, acabé en la parada de otra línea que me podía dejar cerca cambiando a otro autobús en el camino. No estaba yo como para seguir explorando Madrid a las 3 de la mañana. Así que acabé en una parada de un barrio tan pijo como vacío aterido de frío en plena madrugada de noviembre.

De repente, ni siquiera yo sé de donde, se me acerca una chiquilla. Un encanto de niña, pequeña, con la piel blanca, no debía tener más de 22 ó 23 añitos. Se para en los paneles de las líneas y me pregunta que a dónde van los autobuses y si llevo mucho esperando. Conversación intrascendente donde las haya, pero le respondo. Y, como no hay mucho más que hacer a las 3 de la mañana, sigo hablando con ella.

El autobús llega y me doy cuenta de que tengo 6 paradas para enderezar la noche, que no había ido muy bien, que digamos. Me siento frente a ella en el autobús y me cuenta que viene del Sur de Francia, que lleva un año por aquí y que no tiene muchos amigos. Me mira con cara curiosa y yo debo estar hipnotizado. ¿Cómo hago para seguir adelante yo, que nunca he sido muy ducho en la materia de conquistar?

Se me pasan las paradas y, a cien metros de la última, decido actuar. Le digo lo que me gusta y, cuando voy a bajarme, le doy dos besos. La francesa debía estar alucinando, más aún cuando voy a por el tercero, ya suponéis donde.

Me giró la cara, le pedí perdón y me bajé del autobús un par de segundos después, lo que tardó en llegar a mi parada. Se me pusieron coloradas las mejillas y el chute de adrenalina me dejó nervioso por varios días. Cosas que pasan, supongo. Pero de esas que a mí no me habían pasado nunca.

(Anónimo)