La sorprendente historia de la consigna de la estación de Luxemburgo



La sorprendente historia de la consigna de la estación de Luxemburgo



A veces, las casualidades más inocentes son el comienzo de historias que marcan la vida de mucha gente. Así le pasó a un amigo mío en un viaje a Luxemburgo, que le dejó marcado para siempre por un pequeño percance que sufrió en la consigna de la estación de ferrocarril.

Mi amigo vivía en una ciudad del este de Francia y, aburrido del largo invierno, decidió a finales del mes de febrero irse a ver a una amiga que estaba trabajando en Luxemburgo, sin tener en cuenta que aquella capital es posiblemente una de las más caras y aburridas de Europa. Le dio igual. En todos los países había cerveza y siempre saldría alguna conversación interesante.

Los primeros días del viaje transcurrieron con normalidad. Mi amigo recorrió Luxemburgo de arriba a abajo, hizo las correspondientes fotos, se dejó conducir como borrego por algún sitio turístico y tomaba cervezas con su amiga cuando podía. Alguna noche le sacaron de fiesta a tomar unas cervezas con algún grupo de conocidos, pero tampoco nada especial. Una de las chicas le había llamado la atención, pero la cosa no pasó de media hora de conversación y sendas invitaciones a cervezas.

La chica en cuestión les acompañó el fin de semana durante una excursión y fue a dejarles en la estación de tren al día siguiente cuando, hartos ya de aquel proyecto de ciudad, decidieron pasar los dos últimos días del viaje en Bruselas, acompañados de otros amigos que vivían en la ciudad. Es ahí donde entra en juego la consigna de la estación de Luxemburgo.

Los dos amigos habían dejado las maletas en la consigna de la estación a media tarde y, como les quedaban varias horas antes de que saliera su tren, fueron a dar una última vuelta por la ciudad. La sorpresa fue que, cuando volvieron a por su equipaje, la consigna electrónica se había estropeado. Nadie sabía qué hacer. Por una parte, la amiga tenía que estar necesariamente en Bruselas al día siguiente por la mañana por un tema de trabajo, pero alguien tenía que quedarse en la ciudad para recoger las maletas al día siguiente. Después de varios minutos de incertidumbre y mucha discusión en las taquillas, encontraron la solución que dio la vuelta a la vida de mi amigo. La amiga de Luxemburgo se marchó sola y sin equipaje en el tren a Bruselas y mi amigo el francés se quedó acogido en casa de aquella chica que tanto le había llamado la atención.

Fue el principio de algo. Lo único que pasó aquella noche fueron algunas apreturas en su apartamento y el comienzo de una bonita amistad. Se intercambiaron las direcciones y convirtieron las corteses cartas de agradecimiento en una correspondencia profunda y cariñosa. Finalmente, a los diez meses de que todo aquello pasara, ella fue a visitarle a Lyon. De allí surgió una bonita historia de amor.

Mi amigo se sigue preguntando muchas veces cómo pudo ser que -entre tantas consignas que ha utilizado en los muchos viajes que ha hecho en su vida- aquella que se estropeó fuera precisamente la que estaba en el momento oportuno y en el lugar oportuno.

(Anónimo)